Squall

Squall
Un músico de talento, una belleza sin igual, un amor indestructible, una muerte para los dos. De entre la oscuridad despertó y un nuevo camino empezó.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

EL perfume de una flor

Pero, al fin y al cabo, esto no es la verdad, bueno, no toda la verdad. Permitidme que viaje un poco en anteriores acontecimientos, cuando por primera vez los labios de Caín estuvieron juntos con los míos, dejadme que os aclare porque reaccioné contra mi voluntad y porque le amé solo verle los ojos.
-Squall, déjame contarlo a mi, por favor.- me dice Caín cuando me disponía a relatar mi historia.- Déjame pues, que ahora, sea yo quien cuente lo que realmente pasó.
-Muy bien pues, adelante.



Una mañana de invierno como cualquier otra fue lo que me cambió la vida para siempre. Me desperté, desayuné y cogí el carro hacia la ciudad, acompañado de Bill, mi sirviente.
Los árboles pelados y empolvoreados de blancos copitos de nieve me observaban al pasar, con su silencio tranquilizador y el baile de sus pocas hojas. Mi mente viajaba muy lejos de ese lugar, por alguna extraña razón, mi corazón latía intranquilo, miedoso. Las ruedas del carro frenaron con suavidad y ante mis ojos el blanco paseo se habría con toda su esplendor. La puerta se abrió y pisé el frío suelo.
La gente paseaba tranquila, y a mi lado apareció Bill.
-Señor, ¿por que hemos venido ha estas horas a la ciudad?
-No te corresponde preguntar a ti Bill.- respondí sin siquiera mirarle a los ojos- Pero he venido a visitar a una amiga.
-Entiendo señor, ¿quiere que le espere fuera?
-No, entraras conmigo.
Llegamos ante un pequeño portal viejo y mal cuidado. Me acerqué y antes de que pudiera ni tocar la madera la puerta se abrió.
-Te esperaba, Caín.- una voz de mujer resonó en el interior del edificio y entré sin vacilar, seguido de cerca por Bill.
La habitación era pequeña y poco iluminada, en un rincón había un fuego encendido y ante él una pequeña silla donde estaba sentada ella.
-Vienes temprano, habíamos quedado dentro de media hora.- dijo de nuevo la mujer.
-Quiero terminar esto cuando antes mejor, señorita. Ahora dime, ¿de que se trata?
Me acerqué a la silla y vi como algo se movía en ella.
-Veras conde…- se levantó de la silla y se hacercó a mi, no me moví, permanecí quieto y la miré a los ojos.- No es nada personal pero…¡¡ESTA ES MI MISION!!- su mano se movió dentro de su vestido demasiado lenta y la agarré a tiempo para que la fina hoja de un puñal no perforara mi estomago.
-Oh, tranquila, me lo tomaré como algo profesional.- le quité el puñal y se lo alargué a Bill, quien lo examinó y dijo:
-Veneno, en esto tu eres el experto.
-Me lo imaginaba, mi padre siempre remata así sus trabajitos.- me dirigí a la mujer y le hablé frente a frente.- Ahora, irás a verle y le dirás que algo tan simple como esto, no acabará conmigo.
Salimos fuera y dejamos a la mujer sola con sus estupor. Nos dirigimos de nuevo al carruaje que permanecía aparcado en un callejón al lado.
-Señor, ¿por que habrá echo eso su padre? No es propio de él.- preguntó Bill de repente.
-Obvio, quería quitarse de en medio a esa mujer y pensó que yo acabaría con ella. Error.- le dirigí una pequeña sonrisa de triunfo a Bill que pareció un poco sorprendido.
-Siempre sabe muy bien lo que piensa su padre.- dijo en voz baja.
-Llevamos la misma sangre.- dije solamente, como si eso lo explicara todo.
Mi padre… el hombre que me crió hasta los siete años, si lo que hizo conmigo se puede decir criar. Me maltrató hasta que supuestamente murió, y hace seis meses, apareció de nuevo con la intención de destruir Londres y de paso, a mí.
A mi lado una pareja de jóvenes pasó riendo y mi corazón dio un vuelco. Me detuve y observé cono avanzaban. Sus largos cabellos rojos ondeando al viento y sus ojos… sus ojos encontraron los míos y por un instante pareció que el tiempo se perdía en el espacio.
¿Qué era ese sentimiento? ¿Qué era aquel dolor que sentía en el pecho? ¿Por qué mi corazón latía tan rápido? Solo se oía el viento murmurar, suave y tranquilo. El frió me helaba las orejas, pero no lo noté, cada fibra de mí estaba pendiente de ese muchacho que me miraba con asombro, con esos ojos violados y esa expresión en el rostro.
-Señor, señor.- algó me cogió el brazo y me hizo volver a la realidad. ¿Qué había pasado?
Cuando volví mi mirada hacía atrás, él ya no estaba. Observé el lugar donde sus pies habían estado hacía unos segundo y vi las marcas de sus pies, solo eso…
Regresé a casa y dejé mi bastón en la entrada.
-¡Caín!- una vocecita dulce me gritó y al instante unos pequeños bracitos agarraron mi cuello y casi me hacen care de espaldas.
-Merry, ¡vaya susto me has dado!- me quité de encima a mi hermanita y la miré a lo ojos.-¿Qué haces despierta a estas horas?
-A no, eso lo pregunto yo. ¿de donde venís?- me miró inquisidoramente y no pude evitar una pequeña sonrisa.
-Cosas de mayores, Merry.- le respondí.
-No es justo, ¡siempre me dices lo mismo! “Cosas de mayores” “Cosas de mayores”- dijo imitando mi voz.- ¡No es justo!
Se marchó con los brazos cruzados seguida de su institutriz, aún con la camisa de dormir. Me encerré en mi habitación y di ordenes para que nadie me molestara. Mi corazón aún latía con fuerza y oprimía mi alma. Me agarré el pecho con todas mis fuerzas y me tumbé en mi cama. En mi mente brillaba una luz violada, esos ojos…¿quién era? No entendía que ese sentimiento que me hacía tanto daño en el pecho, pero cerré os ojos y dejé que ese sentimiento me inundara, me condujera a donde quisiera y me enseñara lo que quería ver.
Ante mí se presentó su imagen, nítida, más nítida que cualquier recuerdo, su pelo, sus ojos. Me dormí, sin darme cuenta, caí rendido bajo el sueño.
Dos días más tarde, aún recordaba ese encuentro.
-Mi señor, si me permite,- me dijo una tarde Bill.- le veo muy extraño desde hace unos días, ¿le ocurre algo?- parecía preocupado.
Salí de repente de mis pensamientos y me encontré en la mesa, con un plato de tostadas en frente y Bill encorvado a mi lado mirándome con preocupación. Tardé unos segundos en darme cuenta de que llevaba un buen rato sumido en mis cosas y que Merryya ni siquiera me hacía caso, pero habló:
-Caín por favor, ¿sabes que llevas así dos días?- dejó la tostada en el plato y me miró de reojo.
-Perdón, pero me encuentro un poco mareado, hoy no saldré, si viene alguien decidle que no estoy en condiciones de hablar con nadie. ¿Entendido?- ordené a Bill.
-Pero Caín…- intentó quejarse Merry.
No le hice caso.
Aún no entendía que estaba pasando, pero no podía quedarme un día más metido en la cama soñando con cosas sin sentido, así que salí sin que nadie se diera cuenta y cogí un caballo para ir de nuevo al sitio donde le vi.
No sabía si le encontraría ni que haría si estaba. Tampoco me entendía ha mi mismo, había vivido 10 años sin padres, cuidando de una hermana pequeña y manteniendo el nombre de mi familia. Había luchado contra mi padre, enfrentado a la muerte y salvado de ella a muchos, conocía todos y cada uno de los venenos conocidos y no tan conocidos del mundo y siempre había sido firme, pero aun así… mi voluntad se rendía ante un vulgar campesino con el pelo de llamas.
El aire golpeaba mi rostro y las lágrimas saltaban de mis ojos por el gélido viento. El oscuro caballo me conducía hacía las desiertas calles del sucio y pobre barrio bajo de la bella ciudad de Londres, donde quizás terminaría mi tormento, o quizás no.
Me detuve en la esquina. Contemplé la calle desabitada casi al completo, solo una joven pareja y dos críos ocupaban el lugar y daban un poco de vida al paisaje. Pero ni rastro de lo que yo andaba buscando, tal como pensaba, la verdad, había sido una estupidez ir hasta allí.
Pero cuando me disponía a dar la vuelta al caballo, algo me llamó la atención; un color rojo fuego encima el puro blanco de la nieve, una túnica negra resaltando su apuesta figura y un brillo violado demasiado bello para ser real.
Me giré y le miré a los ojos, todo mi ser retumbó confuso, las palabras se perdieron en algun lugar y mi mente quedó colapsada, por aquella visión. Avancé un paso sin siquiera darme cuenta de ello, extendí un brazo hacia él, me miró, sin ningún rastro de sentimiento en sus ojos, solo curiosidad.
-Has vuelto.- dije, bajando la mano y volviendo en mi.
-Casualidad, supongo, vengo mucho por aquí.- me contestó y mi corazón padeció un golpe.
Su voz era dulce pero a la vez insultante, con aires de grandeza en su tono burlón.
-Tienes razón. El otro día te vi en este mismo sitio con una joven dama, ¿tu hermana?- pregunté-
-No, mi prometida.
¿Prometida? El mundo se quebró a mis pies. ¿Qué esteba pasando? Era muy normal que fuera su prometida, los hermanos no andan así por la calle, además, era un joven apuesto, muy apuesto…
volví en mi con la mano temblándome por alguna razón que aún no alcanzaba a conocer.
-A, por supuesto. Tu cara me es conocida, dime, ¿nos hemos visto alguna otra vez?- a parte claro estaba, de “nuestro encuentro”.
-Es muy probable señor, soy músico, toco en muchos conciertos para la alta sociedad y… si no voy herrado usted parece formar parte de ella.- me miró de arriba abajo y luego a mi caballo, que esperaba quieto a mi espalda.
-Cierto, es posible que te haya visto alguna vez tocar, me gusta la música, suelo asistir a muchos conciertos, pero esta es la primera vez que hablamos, dime, como te llamas?- empezaba a encontrar las palabras en mi cabeza y ha respirar con más lentitud, me notaba cansado.
-Aro Mell. Mi nombre no es conocido, solo soy un campesino que sabe tocar el violín.- me dedicó una triste sonrisa y una pequeña inclinación de cabeza.
-Aro, que nombre más curioso.- miré al cielo como si estuviera recordando.
-¿Y usted? Si no es indiscreción claro.- preguntó.
-Soy el Conde Caín Hagreaves, supongo que mi fama es conocida, ¿cierto?- pareció asombrado ante tal revelación, abrió los ojos y se quedó un momento perplejo.
-Conde…dicen que conoce todos los venenos que existen. –comentó aún sorprendido y ahora un poco nervioso.
-Bueno, todos es mucho decir Aro, pero si, podría decirse que los conozco a casi todos.- sonreí ante el recuerdo de mi colección de venenos oculta en una trampilla en la cocina.
-Bueno, si me permite, esta fama no es muy… buena para su nombre, la mayoría de la gente lo be como algo oscuro y malvado.- me contó en susurros.
-Pff.- bufé.- Necios, ¿a caso es oscuro y malvado tener serpientes, colecciones de armas o cualquier cosa de estas? Puede que sean igual de peligrosas que mi colección.
-Posiblemente. – desvió la mirada y la pedió en un oscuro callejón a nuestro lado.
Se produjo un silencio tenso, en el cual escruté su rostro mientras él parecía estar lejos de allí. Tenía los labios gruesos para ser un hombre y la nariz un poco puntiaguda. Su piel era blanca como la nieve que cubría el suelo. El silencio se prolongó hasta que los dos parecimos incómodos, y lo rompí:
-Bueno, lo siento, creo que te estoy interrumpiendo, no me gustaría hacerte llegar tarde a ningún lado. Cogí las riendas del caballo y me dispuse ha subir.
-No, la verdad es que hacía rato que estaba aquí, contemplando la calle no tengo muco que hacer mientras el trabajo no me llame.- me dijo sin mirarme.
Saqué el pie de los estribos y lo miré con una media sonrisa por encima del hombro, pareció confuso.
-Así que estos días no tienes trabajo ¿eh?- continué mirándolo y pareció no entender a que me estaba refiriendo.- Creo que, siendo así, por una vez podrías disfrutar del placer de estar en una fiesta en el salón y no en el escenario.
-¿Cómo? No le entiendo.- cada vez parecía más atónito.
-Es bien sencillo, te invito ha asistir a una fiesta esta noche.- le propuse.
Abrió los ojos muy asombrado y tartamudeó al hablar.
-¿Es-esta n-noche?- se señaló con el dedo y movió la cabeza sin creerlo.
-¿Algún problema?- fruncí el ceño y lo fulminé con la mirada.
-Ninguno señor, ¡me encantará asistir!- saltó con una sonrisa de oreja a oreja.
-Muy bien pues, te pasaré ha recoger con mi carruaje esta noche a las ocho, ¿si?- dije mirando al cielo haciendo cálculos de tiempo.
-A si, bueno…- miró al suelo y se mordió el labio incomodo.
-¿Si?
-No tengo traje para asistir.- levantó la cabeza del suelo y me miró como en disculpas.
-A eso, no pasa nada, solo dime donde vives.
Me señaló el camino para llegar a su casa, nos despedimos y monté de nuevo.

Tocaron las campanas, recordándome que ya eran las siete y media. Merry me miraba desde la puerta del salón enfadada por no dejarla ir a ella también a la fiesta.
-¿Y me tengo que quedar aquí con Oscar?- me replicó entonces.
-Merry, ya lo hemos hablado.- no le hice caso y cogí el sombrero y el bastón que me entregaba Bill.
-Anda ya Caín, ¡sabes de sobras que Oscar es un pesado baboso!- gritó enfadada y miró al “perrito” que tenía a su lado, que la miraba con ojitos enamorados. Sonreí y me dirigí ha Oscar.
-Ya sabes, no la dejes salir, quédate con ella en todo momento, pero, Oscar por favor, no intentes nada, que te conozco.- le dije como si se tratara de un crío.
-Anda Caín, sabes que sé cuidar muy bien de ella, ¿a que si mi hermosa flor?- Merry le fulminó con la mirada pero eso ni hizo que la dejara de mirar con las babas en la boca.
-¡Caín!- gritó en súplica cuando vio que salía y dejaba por zancada la conversación.
Oscar estaba deseoso de algún día poderse casar con Merry, para heredar el nombre Hagreaves. Era un poco estúpido, pero un buen amigo.
-¿Has cogido el traje que te dije Bill?- pregunté mientras entraba en el carruaje.
-Si señor, es este.- me entregó un pequeño maletín y un sombrero.
-Muy bien pues, vamos allá.

Llamé yo personalmente a la puerta de la pequeña casa. Esperé a que la abrieran mientras jugueteaba con el maletín.
Abrió la puerta una señora un poco mayor, seguramente la madre de Aro que cuando me vió se puso muy nerviosa y le subieron los colores a la cara.
-A, eh.. esto, buenas noches señor, pase, pase.- me abrió paso con una ancha sonrisa y la mano temblando.
La correspondí con una ancha sonrisa que pareció satisfacerle. Entre en la pequeña habitación, que tenía un pequeño fuego encendido y en el sofá dos jóvenes damas que al entrar se giraron y se levantaron para saludar.
-Buenas noches señoritas.- las dos se ruborizaron y se miraron.
-Buenas noches.- dijeron al mismo tiempo.
Se oyeron pasos en la escalera, supuse que sería él. Las dos chicas miraron hacía la escalera y me giré para mirar también.
De nuevo ese sentimiento, ese lapsos. Llevaba el pelo peinado y desprendía un olor muy agradable. Estaba vestido con una camisa negra y unos pantalones del mismo color. Se notaba que no estaba acostumbrado ha salir elegante. Sonreí y le alargué el maletín.
-Toma, ponte esto.- le entregué también el sombrero.
Me miró un segundo con el ceño fruncido pero se disculpó y se fue a cambiar.
-Es un joven un poco serio, la verdad es que nos sorprende mucho señor que le haya invitado, no suele ser muy cuidadoso con el tracto a la gente que no conoce, ha tenido suerte esta vez.- me dijo su madre, mirando por donde Aro se había marchado.
Sonreí ante ese comentario.
-La verdad es que le vi tocar y tuve curiosidad. Es un joven curioso.- dije acordándome de nuestro encuentro de la mañana.
Oí como las dos hermanas reían y como la madre no paraba de decir que su hijo era un orgullo y no se que más. Pero en ese momento, bajó de nuevo por las escaleras y el salón se llenó de exclamaciones de admiración y algún aplauso.
El traje le quedaba que ni hecho a medida, la gabardina, la camisa y todo el conjunto era parecido al mío, pero de un color azul marino. El sombrero al principio no me gustó porqué le cubría esa larga cabellera roja, pero en sí, admití que sin él no quedaría tan bien.
-Me noto raro.- dijo.
Su madre se le acercó y le puso bien el cuello de la camisa, abrió los brazos y me preguntó.
-¿Colaré como uno de los tuyos?
-Como si fueras un verdadero conde.- no pude evitar reír un momento y pareció que él también lo intentaba, pero que los nervios casi no le dejaron ni abrir la boca.
-Bueno pues, ¿vamos?- preguntó inspirando hondo.
-Vamos.
Su madre nos abrió la puerta y entramos en el carruaje. Aro lo miró asombrado pero intentó disimularlo. No hablamos en todo el camino, él se dedicó a observarse en el reflejo del cristal o a mirar la noche. Mientras, yo cerré los ojos e intenté sacarme de encima ese sentimiento que me colapsaba.
-Señor, hemos llegado.- Bill abrió la puerta.
Dejé que primero saliera Aro y luego salí yo. Estaba lleno de gente, todos con elegantes vestidos. Aro parecía desconcertado, la mayoría de los presentes lo miraban y cuchicheaban algo con sus compañeros y al verme a mí, me pareció que más de uno empezaba ha hablar más deprisa.
-Tranquilo chico, lo les hagas caso, todos son iguales.- le conduje hasta el interior, donde la música ya había empezado a sonar.
Me dirigí al banquete y cogí algo de comer, Aro me seguía muy de cerca, aún un poco incómodo.
Una mujer se me acercó altiva y cogió una copa de vino. Sin quitarme los ojos de encima bebió un sorbo y luego habló:
-Hacía días que no te veía conde, ya te echaba de menos.- no respondí.- Vaya, veo que no os acordáis de mí.- dijo un poco enojada.
La miré entonces con más interés. Llevaba un vestido rojo y negro, con el corsé tan apretado que se podría decir que para coger aire tenía que pasarse un buen rato. La larga falda oscura le cubría los zapatos y un pequeño sombrero negro le cubría una larga melena rubia y ondulada.
Sonreí, ahora me acordaba.
-Supongo que el mensaje fue debidamente entregado a mi padre, tal como te lo dije.- pareció satisfecha por haber recordado quien era.
-Por supuesto conde, debidamente entregado.- y se fue por el mismo sitio por el que vino.
-Esto me viene demasiado grande.- me giré y ví como Aro me miraba aún más nervioso que antes.
-Tranquilo, relájate y disfruta. Búscate una chica y sal a bailar.- me arrepentí al acto cuando dije eso, pues el solo hecho de imaginármelo bailando con una bella dama, arpía como todas las que estaban allí presentes, me daba pánico.
-Bueno, intentaré beber algo y no se, ya veremos.- cogió un baso de vino y se lo tragó entero, miró toda la pista de baile aún bastante desierta y se mezcló entre la muchedumbre. Por un momento me sentí extremadamente solo, pero no tuve ni tiempo de pensarlo porque un grupo de caballeros me envolvió y empezaron ha hablarme.
Pasaron las horas y no le vi por ningún lado, parecía que esa noche la gente se había decidido por atacarme todos a la vez, porque no tuve ni un momento en el que alguien no me parar para contarme cualquier cosa.
-¿Y ese chico que ha venido contigo?- preguntó una joven de largo pelo negro y que llevaba un largo vestido blanco y marrón que me había parado mientras miraba de encontrarle en la pista de baile y ahora bailaba conmigo.
-Ah, es un joven músico que conocí esta mañana.- comenté mientras le hacía dar una vuelta.
-Es muy mono, ¿como se llama?- volvió a preguntar.
-Cuanto interés, yo pensaba que bailabas conmigo.- rió ante mi broma y no volvió a preguntar nada más.
Empezaba a cansarme de tanta habladuría estúpida. No hacían más que pasar las horas y todo era lo mismo. Conseguí salir con trabajo del lugar y no respiré tranquilo hasta que no estuve seguro de que estaba solo.
Me senté bajo un viejo roble en el jardín lleno de nieve, respiré el gélido aire y sonreí tranquilo. Cerré los ojos y descansé un rato entre la nieve, allí seguro que nadie me molestaría, la gente prefería el calor del interior. Por eso me sobresalté cuando al cabo de unos minutos de oír el lejano sonido de risas y música alguien me hablara de tan cerca:
-Eres un poco suicida por quedarte en medio de este frío.
Abrí los ojos y di un bote. Aro estaba de pie delante de mí, con una sonrisa y una copa de vino. Rió muy a gusto al ver mi reacción al oír sus palabras.
-A si, muy gracioso.- dije intentando ser sarcástico. Eso aún le pareció más gracioso.
-Eres muy distinto a como te imaginaba.- dijo borrando su sonrisa del rostro.
Me sorprendió que me dijera eso, pero a la vez me halagó.
-Amm, así que “me imaginabas”.- dije bromista.
-Creí que serias como los demás, que solo se relacionan con los de su clase y que cree que los demás son sus esclavos. Y pensé que todo eso de los venenos solo era para destacar, pero ahora veo que destacar no es lo que más te interesa.-sonrió y se sentó en el suelo.
-Bueno, ya ves.- respondí.
-Si, ya veo.
Decidimos regresar poco después ya cansados y le dejé en casa.
-Bueno pues, muchas gracias conde, me lo he pasado muy bien.- se despidió mientras bajaba del carruaje.
-Espero que no sea la ultima vez que nos veamos, muchacho.- respondí yo con pocas ganas de que se fuera.
-Por supuesto, ya sabes donde vivo.- se giró para cerrar la puerta.- A, por cierto, no me gusta que me llamen muchacho, soy mayor que tu.
Me dejó con el descubrimiento a solas y cerró la puerta.
-Bill, tráeme un té calentito.- le ordené cuando entre en casa.
-Si señor.

Dos días después fui s su casa, pero él no estaba, me dijeron que se había ido ha ensayar al bosque, así que le dije a Bill que se llevara el carruaje y cogí el caballo para ir a buscarle.
No sabía donde encontrarle, pero supe que le encontraría. Seguí adelante hasta que llegué a
Oír las notas de un violín, suavicé el paso y seguí aquél mágico sonido. Las notas me guiaron hasta un pequeño sendero donde el agua del río había hecho crecer todo de hermosas flores y verdes plantas. En un tronco caído pude ver a Aro sentado en él con los ojos cerrados tocando aquél hermoso violín. Me bajé del caballo y me acerqué con sigilo, estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que estaba allí.
Cuando la música paró de sonar abrió los ojos y miró al sitio donde me encontraba. Su cara era la misma, no denotó sorpresa por verme allí.
-Vaya, creía que no sabías que estaba aquí.- sonreí.
-Le he oído llegar.- su cara siguió sin mostrar ningún sentimiento.
-Ahora me acuerdo, tocaste un Réquiem, ¿cierto?- puso cara de no saber a que me refería.- la primera vez que te vi, en el teatro, tocaste un Réquiem.
-Muy posible, a la gente le gusta como lo toco.- afirmó.
-La verdad es que tocas muy bien…- salí de mi escondite y me acerqué a él.
Hubo un momento de silencio en el cual nos miramos a los ojos, él aún con el rostro inexpresivo y yo con los ojos brillando de admiración, odiaba que me pasara eso.
-¿Por que ha venido?- preguntó entonces Aro.
-No lo se, no tenía nada que hacer hoy, ¿quieres salir ha dar un paseo?- le propuse.
Me miró con el ceño fruncido.
-¿No has hecho ya un paseo para venir hasta aquí?
-Cierto, y muy hermoso, nunca había ido por esta parte del bosque, es realmente hermosa.- contemplé mi alrededor sin encontrar nada más hermoso que ese muchacho, pero por supuesto, no lo dije.
-Suelo ensayar aquí, me ayuda a concentrarme.- sonrió casi imperceptiblemente.
-Ven ha comer con nosotros, en mi casa, te presentare a mi hermanita, seguro que estará contenta de conocerte al fin.- le dije esperanzado, imaginando la cara de sorpresa de Merry al ver llevarme a casa un chico.
-¿Al fin?- preguntó sin entender a lo que me refería.
-Si claro, quiere conocer el músico misterioso que me llevé a bailar.- reí.- Eso es lo que dice ella.- volví ha reír aún con más ganas.
-No lo se… ¿no es un poco repentino Conde?- preguntó.
-No tiene porque.
Al fin aceptó mi propuesta y le esperé en mi casa para cuando llegara. Merry no entendía porque estaba tan nervioso, pero tampoco le conté nada. Las cocineras prepararon la comida y nos sirvieron la mesa. Para cuando Aro llegó la comida estaba un poco fría.
Nos sentamos a mesa ante la atenta mirada de Merry, que me escrutaba con los ojos entrecerrados.
-¿Cómo es que has tardado tanto?- le pregunté.
-Lo siento, mi madre, que se pasó un largo rato para vestirme adecuadamente, como me dijo.- dijo no muy contento de ello.
Merry rió y se tapó la boca como si hubiera hecho algo malo.
-Así que esta es su hermana, ¿no?- dijo mirando a Merry.
-Así es.- sonreí a Merry.
-¿Por qué te trata de “usted”? ¿No sois amigos?- preguntó ella mirándonos ahora a uno ahora a otro.
-Cierto, no me había dado cuenta, no hace falta que te andes con tanta educación, Aro.- le dije y pude ver que se mostraba un poco confuso.
Estuvimos hablando durante la comida, a Merry le pareció un tipo simpático y me pidió que viniera más veces. Aro no paraba de reír, cosa que me pareció muy extraña en él, pues raras veces reía, pero se notaba que entre ellos dos se entendían. Me gustó que ambos se lo pasaran tan bien, y eso me hizo sentir feliz.
Esa fue la primera vez que Aro vino a mi casa ha comer, pero no la última. Las semanas siguientes Aro fue mi única visita, excepto, claro esta, de Oscar, que venía muchas tardes a molestar a Merry, quien acababa echándole de casa sin ningún remordimiento.
Nuestra amistad fue en aumento, nos veíamos ha diario y paseábamos por el bosque o por la ciudad, a veces Merry nos acompañaba e íbamos de compras. Parecía que todo era muy sencillo, ni mi padre daba señales de vida, incluso llegué a creer que al fin, mi maldita vida se había terminado.

-¡Caín, Caín mira esto!- Merry me señalaba un precioso vestido blanco en el escaparate de una tienda.- Porfa, cómpramelo, porfa.- me miró con ojitos tristes y junto las manos en señal de súplica.
Aro rió a mi lado y reconoció que tonta no era.
-Pero si ya llevas dos en esas bolsas.- le repliqué, pero no pude hacer nada ante la mirada de desprecio que me dedicó, así que cedí.- De acuerdo, de acuerdo, anda entra y pruébatelo.
Entramos los tres en la tienda y Merry se fue en seguida ha probar el vestido.
-Mira, mira, ese es el conde Caín y ese músico con el que va siempre, la gente ha empezado a murmurar, eso no es apropiado para un conde, es impropio, en vez de ir con chicas va con ese hombre.- me giré y vi como en la calle, dos mujeres hablaban en voz baja, pero no se dieron cuenta de que yo las escuchaba.
-Tienes razón, está ensuciando el nombre de su familia, y la hermanita, pobrecita, no sabe en que lío se está metiendo su hermano. – dijo la otra y cuando se dieron cuenta de que las miraba, se dieron la vuelta y se marcharon.
-Si le haces caso a todos los comentarios que dicen de uno, acabaras loco.- Aro miraba al sitio donde aquellas dos mujeres estaban antes con el rostro muy serio.
-He aprendido a convivir con ello.- respondí a su comentario y volví a dirigir la vista hasta el vestidor.
-¿Seguro?- me miró de reojo, pero no pude responder.
-Caín, ¿te gusta?- Merry salió con el vestido puesto, la verdad es que le quedaba perfecto.
-Si, creo que para este no hará falta que llamemos a la modista, ¿no crees?
Merry sonrió y dejó el vestido en las manos del señor de la tienda.
Pagamos y dimos alguna vuelta más por las calles antes de regresar. Aro se quedó un rato más y nos fuimos los dos a dar un paseo al bosque.
-¿Por qué estas cada día con nosotros? ¿Y tu prometida?- miré ha Aro a la cara cuando nos sentamos a descansar, su rostro se volvió inescrutable.
-La veo por las noches, a veces no, es difícil verla, siendo la hija del alcalde.- miró al suelo y me pareció ver que en sus ojos brillaba un atisbo de pena.
-¿La amas?- la pregunta pareció cogerle desprevenido, me miró sorprendido.
Abrió la boca para decir algo pero no salió ninguna palabra de sus labios, lo volvió ha intentar y esta vez lo consiguió:
-Yo… si.- no pareció convencido de sus palabras.- No lo se, no se lo que siento, no se lo que quiero, actúo porque quiero a mi familia, a mi madre, ha mis hermanas, lucho para seguir adelante con lo que me gusta y para que las personas a las que quiero tengan un futuro mejor. Nunca he actuado pensando en mí, no soy capaz.- se tapó la cara con las manos, el viento removió sus cabellos y me acariciaron la cara.
Extendí una mano hacia él, le cogí la suya y me miró a la cara, tenía los ojos húmedos y el dolor en el rostro, le miré con una triste sonrisa, no hablé, en aquél momento, el silencio habló por nosotros, desapareció de su rostro el dolor y una débil sonrisa afloró en sus labios.
-Gracias.- me abrazó con toda su alma, lloró en mi hombro y los minutos pasaron sin prisa a nuestro alrededor, aun y sabiendo que ese momento era triste, aun sintiendo yo su dolor, me sentí feliz, feliz de que por fin me había abierto su corazón, después de tantos días, había logrado su afecto.
Aquella noche regresé tarde, después de acompañar a Aro a su casa. Merry no me esperó despierta como de costumbre. Cuando entré, sorprendí a dos sirvientas hablando ha escondidas y en cuanto me vieron se fueron cada una por un lado sin decir nada más.
No les hice caso alguno, fui a dormir sin probar bocado de la cena fría que me esperaba en la mesa.
A la mañana siguiente Aro no apareció y tampoco le fui ha buscar, fui solo a la ciudad ha arreglar algunos asuntos pendientes con los esbirros de mi padre. Regresé a casa tarde, cansado y afamado. El brazo me ardía por la puñalada de uno de los hombres con los que me había topado, pero Bill me lo curó en seguida y ya no quedó ningún recuerdo de aquél día tan movido.
-Caín…- Merry me cogió del brazo y me miró con lágrimas en los ojos.
-¿Qué pasa Merry?- me agaché y la miré a la cara.
-No quiero volver ha pasar por esto, otra vez no…- me apretó con más fuerza y una lágrima recorrió su mejilla.
-Merrywater, tranquila, dime que te da miedo.- aun que sabía muy bien que quería decir, quería que me lo contara ella.
-De nuevo los secretos, las heridas, las escapadas y los días sin verte, el miedo a pensar que jamás volveré ha estar a tu lado, ha hablar contigo. Eres mi hermano Caín, por favor, otra vez no, por favor…- sus ojitos lloraron y lloraron sin dejar de apretar mi brazo.
-Merry…- le acaricié el pelo y la apreté contra mi pecho.
-Júramelo… júrame, que jamás me abandonarás, que no me dejaras, por favor.- me mordí el labio y cerré los ojos.- Caín, por favor… po-por favor…
-No puedo… lo siento- apreté con fuerza los puños y una lágrima saltó de mis ojos.
Alzó la cabeza con los ojos rojos de tanto llorar y me bofeteó con su pequeña manita, luego se fue.
Bill corrió hacia mí, que estaba en el suelo con las manos tapándome la cara, llorando por no poder prometerle a mi hermanita que no moriría, no aún.
Después de hablar con mi hermana no me sentía con fuerzas para nada, me tumbé en mi cama y me dormí.
A la mañana siguiente no vi a Merry, yo no salí de casa, estuve encerrado con el legado que tenía de mi familia, los venenos.
Recibí visitas de mi tío, de no se que señor de no se donde, de una antigua conocida y de mucha gente más, pero no recibí a nadie. Aro no apareció. Empecé a preocuparme, aun que solo llevaba dos días sin verle, para mí era una eternidad.
Pasaron los días y no supe nada de él, oí decir que había dado un concierto, pero no pude asistir. Pasaron ya seis días sin ninguna noticia suya y Merry aún no me hablaba. En la mesa ni me miraba, y mi corazón lo sufría con intensidad. No sabía que decirle, estaba demasiado temeroso de volver ha hacerle daño.
-Señor, tiene una visita.- me anunció el mayordomo cuando salía del laboratorio.
-Ya te he dicho que no quiero que nadie me moleste.- le dije sin mirar.
Pasé junto a la puerta que estaba abierta pero no miré quien había venido. Me quité la bata que llevaba para que los venenos no me mancharan la ropa y se la tiré a Bill que vino en cuanto me vio salir de la cocina.
-Lavada y seca en tres horas Bill.- me giré y vi que el mayordomo aún me miraba.-¿Pasa algo?
-Señor, creo que esta visita la querréis recibir.- insistió.
Miré a la puerta sin saber a quien esperaba, y lo que vi no fue exactamente lo que hubiera imaginado. Aro estaba allí, con una sonrisa en los labios, pero no estaba solo, a su lado estaba la chica con el que la vi por primera vez, con el pelo largo y sorprendentemente oscuro, con el rostro fino y bello. No supe como reaccionar, primero noté como mi corazón se detenía confuso, sin saber si latir muy rápido o dejar de latir.
-Hola Caín.- saludó Aro, antes de que me decidiera por como actuar.- Siento presentarme así como así, ya veo que no estas muy dispuesto ha recibir visitas.
No respondí, parecía que todo mi mundo se hacía añicos a mi alrededor, y no lo podía parar.
-Quería presentarte a Madelin. Es mi prometida.- Aro la miró con cariño y volvió a dirigirme la mirada.
No se que cara ponía yo entonces, pero hubiera llorado, hubiera llorado hasta quedarme sin lágrimas, fue entonces cuando lo entendí, entendí que era lo que durante todos esos días me había perseguido, me había acompañado cada segundo de mi existencia, y no lo pude admitir, no pude, así que, lo oculté, sobrepasé mi honor a mis sentimientos y me volví frío como el hielo.
-Lo suponía, me acuerdo de ella. Muy bien pues, encantado señorita.- no me moví del sitio donde estaba, así que mi salutación fue muy fría.
Aro se sorprendió por mi frialdad, pero al ver que yo no hacía nada para arreglarlo, prosiguió hablando él:
-Quería decirte una cosa.- miró alrededor, al mayordomo y ha Bill, que aún seguían allí, sin hacer nada.
-Adelante pues.- respondí.
-Quería decírtelo en privado, por favor.- dijo un poco cansado ya de mi comportamiento.
-A, por supuesto, venid.- les conduje hasta una habitación y cerré la puerta.- ¿De que se trata?
-Quería invitarte a nuestra boda, la semana próxima.
“Boda” Quise gritar, llorar, pero supe que era una estupidez, tenía que estar contento, mi amigo se casaba al fin. Pero no estaba contento, cada segundo que pasaba marchitaba más mi corazón.
-No podré ir.- respondí sin pensar lo que decía.
-¿Cómo? Pero… ¡tienes que ir!- replicó indignado, soltó a Madelin y se me acercó.
-No, no estoy obligado a ir a ningún lado chico y tu no me puedes obligar, tengo asuntos pendientes.- me giré como si la conversación estuviera terminada pero Aro no me dejó avanzar más.
-¿Que coño te pasa? Hace seis días que no te veo y ahora me vienes con estas, no se que te pasa, pero yo no te he hecho nada.- me cogió del hombro y me giró de cara ha él.
Con un golpe le aparté la mano y le señalé con el dedo.
-No se si te acuerdas de con quien estas tratando, pero sin duda, estas no son maneras.- abrí la puerta y les dejé paso.- Ahora, lárgate y que seáis felices.
-Me ha decepcionado, conde.- dijo con la rabia contenida.
Salieron los dos por la puerta y se fueron, cuando salí del cuarto me encontré a Merry que me miraba confusa y con la boca abierta, me detuve y la miré inexpresivo.
-¿Caín?- me preguntó con la voz temblorosa.- ¿Qué pasa?
-Absolutamente nada.- la dejé con la palabra en la boca y salí de la casa.
-¡Caín!- la oí gritar antes de que la puerta se cerrase.
Cogí el caballo y galopé sin ver a donde me dirigía. Me ardía el pecho, y la cabeza estaba echa un lío, las lágrimas saltaban de mis ojos, por el viento o porque mi alma no soportaba tal dolor. ¿Qué había hecho? Tantos días de espera, tantos días de sufrimiento y todo el dolor acumulado había salido sin permiso.
El caballo se detuvo sin que yo le dijera nada. Miré a mi alrededor y otra punzada de dolor me recorrió el cuerpo. El agua corría tranquila, los pájaros cantaban felices, las flores sobrevivían al frío tan bellas como siempre, y su tronco permanecía allí, como a la espera de que él volviera. Me acerqué y até el caballo a un árbol. Me senté en el tronco y me encogí sobre mi mismo. Pasaron los segundos, los minutos, el frío era cálido en mi corazón, donde crecían duras ramas a su alrededor clavándome sus pinchos y oprimiéndome con su abrazo mortal. Una gruesa capa de dolor cubría mi alma, mis labios temblaban y mis manos sangraban donde mis uñas se clavaban en ellas.
Merry… su rostro lleno de lágrimas, el odio con el que me miró y me pegó con sus pequeñas manos. Merry, mirándome sin entenderme, gritando mi nombre con un hilo de voz. Merry… mi pequeña hermanita, la persona que tanto amo en este mundo, pero no la única… Aro, llorando en mi hombro, sonriendo con los ojos llenos de dolor, mirando a su prometida con ojos llenos de ternura, mirándome con odio, con decepción…
No sentía mis manos ni mis pies, ¿cuanto tiempo llevaba allí? No me había movido ni un centímetro desde hacía largo rato, pero estaba demasiado cansado para intentarlo.
Algo caliente me cubrió la espalda y los brazos, era agradable, el frío se fue un poco, mis manos ya no sangraban y las volvía a sentir.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?- una voz que solo podía ser un sueño me susurró al oído, como una hermosa canción.
Aparté las manos de mi cara y miré a mi lado, esperando ver un difuso recuerdo, pero no fue así. A mi lado estaba él, con una chaqueta larga y una bufanda en el cuello.
-No lo se…- mis labios se movieron solos, todo mi ser deseaba no estropear de nuevo este momento, era un sueño tan real…
-Toma, sécate los ojos.- me alargó un pañuelo y lo cogí. No vio las heridas de mis manos.
-¿Qué haces aquí?- pregunté después de un breve silencio.
-No podía dejar las cosas como estaban, no me sentía bien.- le miré de nuevo y tuve ganas de llorar.
-Lo siento.- me disculpé con un hilo de voz.- Lo siento…
Me cogió la mano con la que me había cubierto de nuevo la cara y la apretó, tal como yo lo había hecho esta vez, y de nuevo, nos entendimos sin tener que murmurar palabra. Lo abracé como un niño pequeño abraza a su madre y me sentí feliz, en casa.
-Pero… no entiendo, ¿por qué…?¿Por qué actuaste de ese modo?- preguntó aún abrazándome.
Pensé mucho las palabras antes de decirlas, ni yo sabía muy bien porque había hecho eso, pero lo poco que sabía no se lo podía rebelar.
-No lo se… estoy cansado, discutí con mi hermana, llevo días sin salir de casa, debo de estar un poco cansado.- mi mentida no pareció urdir efecto, pero no dijo nada, se limitó ha asentir y ha enseñarme sus blancos dientes en una ancha sonrisa.
-Entonces, ¿vendrás a mi boda?- se separó de mí y me lo preguntó de nuevo un poco más esperanzado.
No pude negarme, en cuanto le dije que sí y le vi tan feliz no pude evitar sonreír yo también.

Llegó el lunes, el día de la boda. Durante los días anteriores le ayudé a prepararlo todo, fuimos a comprar su traje de bodas y le busqué un sitio perfecto para celebrar la fiesta. Intenté no pensar en que era la boda lo que preparábamos y evité mostrarme reacio a cualquier comentario de Aro sobre el momento de la ceremonia.
El carruaje nupcial llegó y todo el público que esperaba ante la catedral estallo en exclamaciones cuando la elegante novia salio de él, a mis e me hizo un nudo en el estomago, pero intenté reprimirlo, tenía que ser feliz, por mi amigo.
La ceremonia fue un infierno, pero aguanté, sobrepasé mi corazón y lo escondí muy dentro, para no sufrir más.
Después de darse los anillos y besarse, los invitados fueron hasta el lugar donde se haría la fiesta, mi casa. Merry estaba muy contenta por ello y ya me volvía a hablar, pero yo notaba la tensión que flotaba siempre por el aire.
-Muchas gracias Caín, gracias.- Aro me cogió de la mano con una sonrisa de oreja a oreja, estaba radiante.
-No hay de que, hombre.- sonreí fingidamente y bebí un sorbo de vino.
La gente bailaba por el salón de mi casa, felices, celebrando que un amigo, hermano, hijo o tan solo conocido se había casado al fin, felices por ello, o como mínimo, indiferentes, pero yo, vagabundeaba con el corazón encerrado con un fuerte candado en algún rincón de mi alma, bramando furioso y triste por salir, por poder decir lo que siente y ser libre. Pero eso era imposible, mis sentimientos eran un pecado, un error, y tenían que ser escondidos, encerrados, para siempre jamás, y sufrir por ello cada día de mi existencia.
Iba ya por la cuarta copa de vino, Merry me cogió de la mano y me sacó a bailar con ella, a penas me di cuenta de lo que hacía. Cuando la canción terminó volví a mezclarme entre la multitud. Bill estaba allí, observando la fiesta y sirviendo copas a quien se las pidiera.
Me acerqué a él, me saludó con una leve inclinación y le correspondí con una pequeña sonrisa.
-¿Se esta divirtiendo, señor?- me preguntó cuando estuve a su lado y le cogí una copa de vino.
-Más o menos.- no dijimos nada más y nos dedicamos a observar a los presentes.
Cuando se le terminaron las copas de vino me fui en busca más, perdí la cuenta de cuantas llevaba ya. Era irónico, en medio de tanta felicidad, en un día tan feliz, voy yo y escojo para que sea el peor de mi vida.
No pude llegar a coger ninguna otra copa porqué a medio camino se me interpuso Aro, también bastante bebido y no se que me dijo, pero me sacó a la pista de baile.
Todo fue muy confuso, yo iba dando vueltas en la pista de baile, la gente me miraba, no sabía porqué, estaba aturdido, la música sonaba lenta y muy bajito, hasta que los instrumentos empezaron a ir callando. Parecía todo un sueño, hasta que miré a mi acompañante y me di cuenta del error.
Me quedé quieto y mi cara palideció notablemente, se hizo un silencio sepulcral, todo el mundo tenía sus miradas puestas en mi y en mi acompañante, quien miró a su alrededor aturdido y luego se separó de mi con la cara igual de blanca que la mía.
Aro abrió la boca para decir algo pero no le salieron las palabras, le miré sin saber que hacer, a nuestro alrededor se empezaron a sentir murmullos cada vez más audibles.
-Caín…- vi a Merry entre la gente, mirándome confusa, como miedosa, a su lado estaba Bill, que se cubría la boca y me miraba con asombro.
-Aro, ¿pero que…?- Madelin salió de entre la gente y se acercó a él.
-¿Qué ha pasado?- Aro me miró como si yo tuviera que saberlo, pero fue ella quien le respondió.
-¿Cómo que qué ha pasado?- le miró con rabia y lágrimas en los ojos.- ¡Estabas bailando con él!- me señaló despectivamente, cada vez sentía más pánico dentro de mí.
-¿Qué…?- Aro me volvió a mirar, incrédulo.
La sala empezó vaciarse de gente y al cabo de poco solo quedamos unos cuantos, entre ellos, Bill, Merry y los padres de Aro.
Nadie sabía que decir, nos mirábamos unos a otros, algunos con las lágrimas en los ojos, otros con la incertidumbre marcada en el rostro. Aro miró a Madeline inspiró aire para hablar:
-Muy bien, creo que la fiesta ha terminado, y creo que este pequeño incidente pronto se olvidará, ¿cierto?- me miró a la cara con autoridad, asentí.
-Pero…pero…- Madelin no daba por sentado en asunto.
-Haber, he bebido, ha bebido- me señaló con la mano- ¿qué más da? Estábamos contentos y nos hemos equivocado, punto y final.
Al parecer sus palabras calmaron un poco la situación, él y su familia se marcharon sin decir nada pero antes de que la puerta se cerrara Aro me miró, no entendí el significado de sus ojos, pero parecía… disculpa.
Como si fuera culpa suya, anda ya.
Merry y Bill no dijeron nada, dejaron que me fuera a mi habitación y me encerrara en ella, con mis pensamientos. Todo había sido muy raro, aún no entendía muy bien que había sucedido, pero sentía que lo que había pasado, no desencadenaría nada bueno.
Aquella noche no dormí nada, mi mente estaba demasiado llena para conciliar el sueño. Me levanté y salí de la casa a contemplar la Luna, que sobre el cielo ella brillaba y llenaba de paz mi corazón. Anduve por el bosque sin mirar donde me llevaban mis pies, la noche acunaba mi alma y mis pensamientos fluían por mi cabeza tranquilos, conduciendo mis pies al sitio más deseaba estar.
Dentro del bosque perdí mi guía, su luz alumbraba tenuemente mi camino pero su forma no era visible a trabes de las densas hojas. El silencio ocupaba ahora mis mente, ni el sonido de los animales, ni del viento, ni del agua, nada, todo era silencio, solo se podía percibir el sonido de las ramas partirse bajo mis pies.
Pero al sonido de mis pasos se le unieron otros, delante de mí. Bajo la luz de la Luna su silueta era amenazadora y su brillante pelo oscuro.
-No podía dormir.- su voz sonó en el silencio.
-Yo tampoco.- nos detuvimos el uno ante el otro, con nuestras miradas entrecruzadas.
-Lo que ha pasado esta noche…- se mordió el labio sin saber que decir.
-Déjalo no ha sido nada, estábamos los dos un poco bebidos.- reí como para quitarle importancia, pero él no se movió, me miraba muy serio a los ojos.
Paré de golpe y me quedé igual que él.
-¿Seguro?- seguía mirándome serio.
-¿Qué?- no entendía ha que se refería.
-¿Seguro que no fue nada?-dio un paso adelante.- Caín, no mientas, puede que lo hayas ocultado muy bien durante todo este tiempo, pero no ha mi, lo se desde que me preguntaste por Madelin.- avanzó de nuevo, se me hizo un nudo en la garganta.- Haber, dime Conde lo que todo este tiempo te has estado callando.
Tenía la boca seca, ¿como podía ser? Todo este tiempo ocultando mi corazón y resulta que había sido en vano, había sido pillado in fraganti y estaba acorralado.
-Estoy casado, lo sabes muy bien, pero aún así…- estaba tan cerca que notaba su aliento sobre mis labios.
Cerré los ojos.
El calor de sus labios invadió mi cuerpo, sus manos rodearon mi cintura y me atrajeron hacia él, mis labios presionaron los suyos, mis dedos se enredaron entre sus cabellos y nuestros cuerpos fueron unos, nos dejamos llevar por la pasión, nuestras lenguas jugueteaban y nuestros corazones palpitaban de felicidad. Una lágrima recorrió mi mejilla y brilló en la oscuridad.
Tanto tiempo esperando ese momento, sin poder dormir por las noches, llorando en la oscuridad, soñando al ver sus ojos. No conseguía creerme que de verdad aquello estuviera pasando, era demasiado hermoso, pero peligroso.
Nos separamos con la respiración agitada, Aro miraba al suelo y se lamía los labios, yo aún tenía los ojos cerrados y la boca abierta. No dijimos nada, dejamos que ese momento nos invadiera y disfrutamos de aquél silencio en el que los dos pensábamos en una misma cosa.
Levantó la vista y me miró a los ojos ahora abiertos, parecía preocupado. Fruncí el ceño y le pasé la mano por la mejilla.
-Esto no… no esta bien…- volvió ha apartar la vista y miró a un lado.
Yo sabía que lo que decía era cierto, si alguien se enteraba, a él le llevarían a la hoguera y a mi… vete a saber, mi título me daba protección.
-Lo siento.- era lo único que podía decir.
Me miró como si no entendiera mis palabras.
-¿Cómo que lo sientes? Tu no has hecho nada Caín, aquí el que ha empezado he sido yo.- parecía indignado.
-No, no es cierto, yo te confundí, te amaba, te amo, y tu has creído que también sientes algo por mi, pero no es cierto, solo estas confuso.- y no quería que fuera cierto, pero si no le convencía, acabaría muerto por mi culpa.
-¡Anda ya!-alzó las manos y dio una vuelta sobre si mismo.- ¿Tu crees, que soy tan crío como para confundirme con esto? Caín, eres un hombre, si fueras mujer aún quizás te daría la razón, pero en este caso, no tienes razón.- me señaló con el dedo y luego se pasó la mano por la boca.
No sabía que hacer.
-Pero… esto no acabará bien, lo sabes. Es una bobada.- que duro era decir eso.
-¿Acaso podemos hacer algo?- insistió.
-Si, si que podemos. Podemos hacer como si nunca hubiera pasado esto, y seguir siendo amigos, o por lo contrario, acabaremos en la hoguera.
Estaba confuso, me miraba y luego miraba al suelo, todo el rato igual, yo solo le miraba, triste.
-Aro, si viviéramos en otros tiempos, en otro lugar, ¿estarías conmigo?- me acerqué a él y le miré a los ojos.
-Si.- le miré otros dos segundos y luego sonreí.
Apoyó su frente en la mía y ambos cerramos los ojos.
-Si el mundo nos lo permitiera, viviría siempre a tu lado.- y en nuestras mentes, un mundo distinto afloró, un mundo donde nuestro amor no tuviera que mantenerse en secreto.

Regresé a casa un rato después cuando el sol empezaba a asomarse tras las montañas. Sentía unos extraños retortijones en el estomago, como si estuviera nervioso, pero en realidad estaba triste. Según él, me amaba, pero aún así, hoy más que nunca me había dado cuenta de que eso no importaba, aun que nuestro amor existiera, eso no quitaba el echo de que en mundo en que vivimos, el amor entre hombres no es posible.
Antes de ver mi casa, sentí que algo no iba bien. Me asomé entre los árboles y observé.
Mierda.
Toda la entrada de mi casa estaba llena de gente, algunos con antorchas en las manos. ¿Cuánto rato deberían llevar allí? Pude ver entre la gente que había un grupo que iban encapuchados. Eso no era bueno.
Entonces pensé que si estaban en mi casa, también en la de Aro. Me di la vuelta para ir a buscarle pero cuando me giré encontré a un hombre con capucha detrás de mi. Me sonrió, alzó la mano donde llevaba un palo y me golpeó en la nuca. Caí al suelo inconsciente.

La cabeza me hacía un daño horrible, no recordaba nada y estaba mareado. Intenté abrir los ojos pero la poca luz me dolía. Poco a poco me fui acostumbrando y los abrí. Tenía el cuerpo agarrotado y con esfuerzo pude llevarme la mano a la cabeza.
Quizás tardé minutos en poder mover todo el cuerpo. Me levanté tambaleándome y observé mi alrededor.
Estaba todo muy oscuro, había solo una luz a pocos metros de donde estaba. Las paredes eran oscuras y estaban muy sucias, pasé la mano por ellas, luego noté algo más frío, como hierro. Eran barrotes.
Me encontraba en una celda húmeda, sucia y oscura. De repente me entró el pánico, la Santa Inquisición me tenía preso, a mi y…
Aro, ¿dónde estaba?
Miré todos los rincones de la celda y descubrí un bulto negro en un rincón.
-¡Aro!- me acerqué y me arrodillé a su lado.
Estaba inconsciente. Tenía un corte en la cara que le cruzaba desde encima del ojo derecho a debajo del izquierdo.
-Mierda, ¡mierda!- rasgué mi camisa y le limpié la sangre del rostro.
Entonces me di cuenta de que no era el único corte que tenía. En el pecho la sangre le había teñido la ropa, aquél era mucho peor. Le quité la camisa y le limpié con la mía. Le envolví luego la herida y le estiré en el suelo con mi chaqueta de cojín.
Me apoyé en la pared y me cubrí la cara con las manos.
-No puede ser… esto no puede estar pasando, ¡joder!- di una patada en el suelo y me tragué las lágrimas en vano.
-Mm…- el cuerpo de Aro se movió en el suelo.- Caín… Caín ¿dónde estas?- su mano se tocó el vendaje de su pecho y gimió.
-Aquí, estoy aquí.- le cogí la mano y le miré con los ojos húmedos.
-Tranquilo, no pasa nada…- apretó con fuerza los dientes y ahogó un grito de dolor.- Estoy bien, estoy bien.- su voz era muy baja y débil.
Aparté la mirada y miré al tejado intentando reprimir las lágrimas.
-Lo siento, ha sido culpa mía.- tragué saliva y apreté su mano.
-¿El que? ¿Que un matón quemara mi casa, matara a toda mi familia y…- no pudo terminar la frase, se pasó la mano por la cara, secándose las lágrimas y la sangre del rostro.- No es culpa tuya.
-¿Qué pasará ahora?- dije con un hilo de voz.
Me miró de nuevo e intentó inclinarse, pero no le dejé.
Suspiró y contestó:
-Me torturaran aunque les diga lo que quieren saber porqué les gusta. A ti te dirán que tienes una mancha en tu nombre y te dejaran marchar, tienes suerte.
-¿Suerte?¿Suerte? Pero, ¿cómo que suerte? ¿Crees que es suerte que maten todo lo que me importa en esta vida?- me estiré los pelos e intenté calmarme, pero era imposible.
-No digas estupideces.- intentó reír pero se le atragantó y solo consiguió toser.- Tu tienes que cuidar de Merry.
Le cogí la cara entre las manos y murmuré:
-No podría vivir en un mundo, en el que no estuvieras tú.- fue ha decir algo pero alguien golpeó los barrotes de la celda y nos hizo volver.
El carcelero nos sonrió desde el otro lado de los barrotes y abrió la puerta.
-Tortolitos, es hora de separarse.- se nos acercó y cogió a Aro por el brazo el cual tosió por el esfuerzo y escupió sangre.
-¡No!¡¿Qué coño piensas hacer con él!?- le empujé pero fue en vano, era tan grande que con mi fuerza era imposible de hacerle nada.
Me dio un guantazo que me hizo caer al suelo y me di un fuerte golpe en la cabeza.
-OH, vamos, tranquilo, que pronto llegará tu turno.- rió como un poseso y se marchó con Aro colgando del codo.
Pasaron quizás horas, quizás solo minutos, pero fue una eternidad para mí. Esperaba en un rincón oscuro, acurrucado con la cabeza entre las piernas, balanceándome y apretando los dientes, rezando para que la puerta se volviera ha abrir y apareciera Aro, con su cara de felicidad y dijera que todo era un mal entendido, que podíamos marchar, pero eso no pasaba, no pasaría.
Intenté mantener la mente firme, no enloquecer, pues solo había un motivo que me lo impidiera, pero cada vez era más frágil. La imagen de Merry venía a mi cabeza, cuando me miró sin entender nada, la última vez que me miró. Mi corazón se hacía añicos ante eso, ante la posibilidad de no volverla a ver jamás, que no hubiera nadie para cuidarla, ¿quien lo haría si no estaba yo? Pero tenía a Oscar, a tío Neal, la verdad es que ahora tenía más que yo.
Oí el sonido de unos pasos y levanté la cabeza.
El carcelero dejó caer al suelo lo que parecía un pedazo de carne viva. Me acerqué arrastrándome a cuatro patas y le di la vuelta. Tenía el pelo sucio y completamente mojado, sus ojos estaban en blanco y parecía que respiraba con mucha dificultad. Me asusté, no sabía que hacer. Le di un golpe en la mejilla pero no sirvió de nada. Entonces le tapé la nariz y respiré por él, pareció dar algún resultado. Cogió una gran bocanada de aire y puso los ojos bien, luego tosió y hizo el gesto de levantarse, pero no le dejé. Tenía marcas de ataduras y sangre en las muñecas y los tobillos desnudos. El vendaje que le había hecho en el pecho ya no estaba y la herida sangraba aún más que antes.
-¿Qué te han hecho…?- me mordí el labio y pasé la mano por sus heridas.
Aro cerró los ojos y pareció caer rendido, le cogí con cuidado y le lleve hacia un rincón donde le tumbé. Me puse a su lado, apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos.

Todo era oscuro y frío, solo el sonido de mi respiración me recordaba que aún seguía con vida. Di un paso hacia algún lugar y cuando toqué el suelo este resplandeció como el agua del río. Di otro paso más y pasó lo mismo, andaba en línea recta en medio de la nada mientras el frío helaba mis manos y mis labios; supe que debía seguir andando, algo me decía que si lo hacía, llegaría al final. Y ante mis ojos apareció una luz, pequeña pero cálida, quise tocarla, sentir su calor y sentirme de nuevo a salvo, alargué la mano con la esperanza de alcanzarla, pero esta esquivó mi mano y se movía conmigo. Volví a alzar la mano hacía ella, pero mis dedos no llegaron a tocarla.
Abrí los ojos y oí el crujir de las bisagras de la puerta de la celda.
-Adelante conde, llega tu turno.- el carcelero me levantó y me hizo pasar delante de él. Aro aún dormía.
Pasamos por delante de muchas celdas, por pasadizos tan oscuros como del de donde veníamos, hasta que llegamos a una puerta pequeña.
El carcelero la abrió y me dejó allí. La poca luz de la habitación mostraba una gran sala circular llena de gradas, y en medio una silla sucia y unos grilletes colgando del techo.
Alguien me cogió de los brazos y me llevó a la silla, donde me sentó y me ató las manos con unos oxidados grilletes. Alguien rió ante mi y alcé la vista.
Un hombre con capucha estaba de pie ante mi, acompañado de lo que parecían obispos.
-Conde Caín, sabe perfectamente porque esta ante nosotros en este bonito día, ¿cierto?- me miró con una malévola sonrisa, pero no dije nada.- Has sido culpado con los cargos de homosexualidad.- rió y miró a sus compañeros, quien rieron también.- Vamos conde, admítalo, si lo hace nos ahorraremos mucho trabajo, claro que, si nos dice que fue el otro chico el que le incitó, podrá volver a casa, sin sentencia, solo con una gran mancha en su nombre.
Volvió a reír y se acercó un poco más a mí.
-Vamos conde, díganos todo lo que le atormenta en el alma.- fingió cara de tristeza y empezó a reír de nuevo.
Alcé más la cabeza, para que vieran mi rostro, sereno e implacable, sin miedo.
-Jamás mentiré, no pesan sobre mi alma mis actos, solo sobre mi corazón, que sufre por ver que el amor es un pecado.- permanecieron callados con una sonrisa burlona en sus rostros.- Dios quiere que amemos, amemos y seamos amados, que no juzguemos y no seamos juzgados, que podamos elegir con el corazón y no con las leyes, que podamos besar los labios que nuestro corazón elige amar. Dios nos dio derecho a elegir con que cuerpo disfrutar, nos dio derecho a ser lo que quisiéramos ser, no lo que deberíamos ser. Y jamás, jamás, podría vivir en un mundo, donde mi amor fuera juzgado, así que, señores, hagan lo que quieran, que nunca mentiré para vivir en un mundo sin él.- terminé de hablar y pareció que mis palabras gustaban a mis espectadores.
Cerré los ojos y lloré en silencio, mientras a mi alrededor mis jueces terminaban por decidir
mi veredicto.
Me desataron, me arrastraron adonde ellos quisieron, me hicieron gritar, me hicieron llorar, sufrir, sangrar, mientras reían por mi dolor y pedían más. Me ahogaron, me cortaron, me estiraron, me electrocutaron. Permanecí con los ojos cerrados, pensando en todo lo que perdía, lo que jamás tendría y lo que había tenido, en mi vida y en mi muerte.
Abrí los ojos para verme de nuevo en la celda, con el cuerpo lleno de heridas e inmóvil por el dolor. Aro estaba a mi lado incorporado, aún con las heridas abiertas, pero ya no sangraban. Estaba pálido, había perdido mucha sangre.
Sonreí débilmente y me respondió con una mueca de dolor y lágrimas. Me besó la frente y se tendió a mi lado. Miré el techo, tan oscuro, e imaginé el cielo, repleto de estrellas y la Luna brillando llena y hermosa, como la última vez, porqué quizás jamás volvería a verla. Recordé las calles de Londres blancas, el frío viento de la mañana, a Bill recogiendo mi caballo, a mi lado siguiendo mis apresurados pasos. ¿Qué sería ahora de él? ¿Y que pasaría con mi padre?¿Quién le detendría ahora?
Sabía que llegaba el final, que dentro de poco vería por última vez el sol, el cielo, la luz. Que dentro de poco mi vida se vería consumida por las llamas y que todo por lo que había vivido y luchado se perdería en el olvido. Era triste pensar que mis últimos días serían así, oscuros y húmedos, llenos de dolor. Pero no me rendiría, si de verdad existiera otra vida, lucharía para vivirla en paz, para vivirla de verdad.

De nuevo abrí los ojos, ¿cuánto tiempo había pasado? Mis heridas ya no sangraban, ni las de Aro, llevábamos sin comer ni beber días, encerrados en ese lugar, esperando a que alguien pusiera fin a nuestra agonía.
La puerta de la celda se abrió y vimos como entraban dos hombres con grilletes y nos los colocaban, nos hacían salir de la celda y nos subían a un carro. Miré a mi amado a la cara, estaba triste, me miraba con miedo, miedo a morir, a terminar con todo. Le alargué mi mano atada y cogí la suya.
El sol nos cegó los ojos y los gritos de la gente llenaron nuestra cabeza. Conseguí acostumbrar de nuevo mis ojos a la luz, quería ver el sol. Miré el cielo, era azul, muy azul, y el sol brillaba como siempre en lo alto del firmamento, regalándome sus rayos, los que para mí serían los últimos. La gente gritaba y gritaba cuando pasábamos a su lado, no entendí que decían, no me importaba, nos tiraban piedras, pero aguanté firme, con la cabeza mirando al cielo, disfrutando de la cálida luz del sol que acariciaba mi rostro. Aro miraba a su alrededor confuso.
El carruaje se paró ante dos montones de leña con un palo, dispuesto para nosotros. Avancé hacía mi destino y miré por primera vez la gente que observaba nuestro final.
Vi a Madelin, llorando y a los padres de Aro, abrazados y sin poder mirar a su hijo por última vez. No me hizo falta buscar, oí un pequeño grito entre los otros que partió de nuevo mi corazón.
Merry gritaba mi nombre y corría entre la gente para alcanzarme, lloraba, tenía el pelo despeinado y el vestido sucio, detrás suyo estaban Oscar, Bill y tío Neal, los tres tenían los ojos húmedos y la boca abierta, no podían dar un paso más, estaban tristes.
Les miré y sonreí por última vez, Bill cayó al suelo y se cubrió el rostro con las manos, Oscar cogió a Merry y lloró con ella y tío Neal extendió su mano hacía mí.
-Lo siento, lo siento tío Neal, cuida por mí de Merry.- no se si me hoyo, pero me entendió, negó con la cabeza y se secó las lágrimas, miré a mi querido amigo y sirviente Bill y le dije adiós y le agradecí todo lo que había hecho por mí.
Merry seguía gritando mi nombre y llorando, y no supe que decir, Oscar me miraba y temblaba, se me hizo un nudo en la garganta.
-Oscar, cásate con ella y hazle feliz, por mí.- una lágrima recorrió mi mejilla y cayó en la leña ya encendida, que quemaba con rapidez, llegando a mis pies.- Merry, por favor, se feliz y vive por mi, por favor.- las llamas empezaron a quemar mis pies y reprimí un gemido de dolor.- Te quiero pequeña, no lo olvides.
Las llamas me quemaban la carne y vi a Merry gritar desesperada. Pero antes de que no pudiera hablar, miré a Aro que lloraba y miraba a su familia y me despedí:
-Aro, si existe otra vida, júrame que nos buscaremos y que viviremos juntos lo que en esta no hemos podido, júramelo.- me miró y con lágrimas en los ojos asintió.

Mi sueño de nuevo, la misma luz, pero esta vez, llegué a tocarla y era cálida y pura, sentí paz, algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo y cuando dejé que me invadiera esta se hizo más grande y más brillante, hasta que a todo mi alrededor la oscuridad desapareció.
El aire volvió a recorrer mis pulmones y acariciar mi piel, bueno, resina para los humanos. Me levanté con esfuerzo, con las orejas zumbándome y la cabeza echa un lío. No recordaba nada, ni mi nombre, ni mi origen, ni mi vida, nada, era como un recién nacido que solo entendía que ese no era su lugar, aun que no entendía como lo sabía.
Pasé días vagabundeando por el bosque sin saber donde me dirigía, pero me gustaba, era todo tan grande y bello, parecía un sueño. Empecé a recordar algunas cosas, y me hice mi historia, a la que me aferré como un bote salvavidas. Pero no entendí en ningún momento porqué había vuelto a la vida de nuevo, ¿que se suponía que hacía en ese lugar?
Entonces una mañana oí tocar un violín. Me sentí atraído por ese bello sonido y lo seguí. Llegué a un bello lugar que me era familiar y agradable y vi un chico de espaldas a mí, con el pelo largo y rojo. Le observé hasta que rendido se tumbó y se quedó dormido. Con sigilo me acerqué, atraído por aquél chico y su música. Cogí el violín entre mis manos y lo observé, no se que esperaba ver, pero era hermoso.
Entonces se despertó. Me volví y le vi mirándome sin entender nada. El resto ya lo sabéis, le conté mi supuesta vida y él me contó la suya y todo eso de los mundos paralelos y no se que. Pero cuando le besé, creo que los dos sentimos algo y poco a poco fuimos recordando nuestra historia.
Y bueno, ahora vivimos otra vida juntos, aun que yo aún tenga ganas de ver a mi hermana y a los que dejé atrás, pero aprovecharé lo que tengo y dejaré que ella viva tranquila.
También Aro cambió de nombre y un poco de personalidad, me gusta más ahora je je, su nombre me encanta, Squall.




THE END

Cain Hagreaves

Cain Hagreaves
por las calles de Londres por la noce, asistiendo a fiestas y bailes...aquella mezcla entre angel i diablo k fascinaba a todos. igual k siempre...con su sonrisa distinguida.

"cuando llora, siento que el aire esta cargado con una sensación de tristeza. Y eso da alas a mis pies. Le he encontrado...señor Cain" "Perdóneme por fabor señor Cain. No podré acompañarle al infierno."(God Child)